La pregunta importante aquí es: ¿Como se debe abordar y tratar a los pecadores?

A continuación el reconfortante y glorioso sermón de Martín Lutero sobre la parábola de la Oveja Perdida, Lucas 15:1-10

Tercer domingo después de Trinidad

Parábola de la oveja perdida

Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come. Entonces él les refirió esta parábola, diciendo:

¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.

Parábola de la moneda perdida

¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido. Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente. (Lucas 15:1-10. RVR1960)

Este es uno de esos Evangelios llenos e consuelo que es predicado durante todo el año. En él, el Salvador nos enseña que Su oficio es el de un pastor que sigue y busca restaurar al pecador perdido, y busca salvarle de caer presa del lobo (es decir, el diablo), y busca salvarle de la condenación eterna. Tales verdades el Salvador estaba predicando en la presencia de publicanos y pecadores que habían venido a escucharlo. Cuando los escribas y fariseos escucharon esto comenzaron a murmurar, colocando una malvada construcción sobre su enseñanza, y lo tomaron como una evidencia de negligencia. Pensaron, un hombre piadoso debe asociarse solamente con gente piadosa. No obstante, el Señor defiende sus acciones de una forma magistral. Les dice que no está haciendo mas que lo que otros harían en asuntos menos importantes.  Se niega a aceptar la reprensión de los fariseos y defiende sus acciones como perfectamente justas.

La pregunta importante aquí es: ¿Como se debe abordar y tratar a los pecadores?

Como dos bandos diferentes, aún cuando ambos pretenden conocer la Palabra de Dios, se enfrentan aquí, y por ende su respuesta a la pregunta anterior es diferente. Los escribas y fariseos no saben nada acerca de la Palabra de Dios, excepto lo que Moisés les enseña en la ley. La ley, no obstante, es consistente en su enseñanza; Dios es misericordioso con quienes son piadosos y guardan Sus mandamientos, pero, por otra parte, castigará al malvado que no guarde Sus mandamientos.

Así pues, los escribas y fariseos llegan a la conclusión de que un hombre debe tratar con los pecadores de la misma forma que Dios lo hace. Y ya que Dios está enojado con los pecadores y no los recibe, es de gente piadosa no aceptarlos tampoco, sino dejar que sigan su camino.

Nosotros llegamos a la misma conclusión por nuestra cuenta. Tan pronto como un hombre llega al verdadero reconocimiento de su pecado, se inclina a pensar que Dios está enojado, que no hay gracia para él, sino que todas las calamidades deben recaer sobre él.

Podemos ver esto en Adán y Eva. Tan pronto como han comido el fruto prohibido, se sienten acusados en su conciencia de haber pecado contra Dios, por consiguiente se esconden y no quieren ser vistos. Podemos ver esto también en los niños pequeños, se esconden cuando saben que han hecho algo malo. Es la naturaleza del pecado hacer el corazón timorato,  así que teme la ira y el castigo. Por otro lado, donde un hombre es convencido de su inocencia, se siente seguro, y no se preocupa de nada, aún cuando otros le condenen, porque el corazón está confiado en su inocencia y no duda que el culpable será encontrado y el inocente escapará.

Como el corazón que se siente culpable no puede, por lo tanto, hacer de otra forma sino dar lugar al miedo y a la desesperanza de toda gracia (misericordia), así también aquí, el fariseo juzga respecto a los pecadores. Tienen la certeza de que los publicanos y los pecadores se han dedicado a una vida de pecado, y les aterra la conclusión: Nadie debe asociarse con los bribones o mostrarles ningún favor; porque Dios mismo no les favorece, al contrario, les rechaza; Él quiere solo personas piadosas que teman a Dios, que no estén cargadas de pecados tan grotescos.

Pero consideremos, si tal opinión fuera correcta, que Dios no tiene paciencia con los miserables pecadores, sino que traerá el castigo sobre ellos, ¿qué será de nosotros mismos? ¿dónde tendría Él un pueblo y una iglesia? Porque, aún cuando no todos están entregados a graves vicios externos, el marido, gracias a Dios, no ha cometido adulterio, y la mano no ha asesinado, o ha robado, o ha hecho aquello que es deshonesto y malvado; aún así, delante de Dios, todos debemos confesar que somos pecadores. Vemos y experimentamos que dentro de nuestro corazón no hay nada bueno,  a pesar de que la mano, la boca y otros de nuestros miembros puedan ser menos culpables que los miembros de otros. Dios, en todo caso, juzga el corazón. Si el retuviera Su gracia y rechazara al pecador, y no tuviera nada que ver con él, tal como los fariseos han decidido de acuerdo a la ley, la consecuencia inevitable sería que ningún hombre podría ser salvo. Los fariseos mismos tendrían que confesar que su argumento supone demasiado y que su opinión es errónea.

Por esta razón nuestro Señor Jesucristo expresa otro juicio, y refuta la respuesta de los fariseos por completo, llegando a la conclusión opuesta, es decir, que Dios no es enemigo del pecador, y que Él no desea su muerte, razón por la cuál Él, el Señor Jesús, no podría ser el enemigo de pecadores tampoco. Él ha venido al mundo a buscar y salvar la oveja que se había perdido. Este ejemplo debe ser seguido por todos los hombres, especialmente los ministros del Evangelio; así como aquello que se pierde dentro de la casa debe ser buscado diligentemente, así deben ser activos en buscar a quienes están perdidos espiritualmente.

Esta doctrina y y esta predicación son muy diferentes a la doctrina de Moisés y a la predicación de la ley. No tiene su origen en nuestros corazones, pero ha sido traída del cielo por el Hijo de Dios; como Juan el bautista dijo; “Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer.” [Jn. 1:18] Porque esta voluntad de Dios, que Él no está enojado con los pecadores, que no los condenará debido a su pecado, sino que es misericordioso y les salva, esta voluntad es desconocida a todo hombre. Más bien sabemos y sentimos lo contrario. Porque, como ya hemos mencionado antes, el pecado siempre provoca que tengamos miedo de Dios. Pero ahora nuestro amado Señor Jesús, por Su Evangelio, nos enseña un trato diferente del pecado delante del juicio de Dios; que Dios no será enemigo de los pecadores, sino que misericordiosamente los acepta, y que habrá gozo delante de los ángeles en el cielo por aquellos pecadores que se arrepienten y son convertidos.

Esta doctrina debe ser seriamente comprendida, debido a que nuestra razón nos enseña lo opuesto, para que podamos consolarnos y ayudarnos contra toda conciencia maligna y contra los pecados Cualquiera que recurra a tales tentaciones de conciencia en su propio corazón, razonamiento o entendimiento, terminará con toda seguridad sin poder ayudarse a sí mismo y caerá en desesperación. Así pues, todo depende de lo siguiente, que, a pesar de nuestros corazones y conciencia, recibamos la enseñanza del Salvador y digamos: Soy un pobre pecador, esto no puedo negarlo y no lo haré; pero no desesperaré por ello, como si Dios no me quisiera; porque mi Señor Jesucristo ha dicho que un pecador es como una oveja que se ha extraviado del pastor y ahora se encuentra perdida en el desierto. Él no abandonará a tal oveja, sino que la buscará y la regresará al rebaño. En estas palabras el Señor nos asegura que no nos rechazará por nuestro pecado, sino que diligentemente buscará rescatarnos del pecado y nos hará partícipes de su gracia.

El Evangelio, en otros lugares nos muestra amplias razones por las cuales Dios no abandonará a los pecadores. En San Juan, capítulo 3, aprendemos que, Dios no es enemigo del mundo, sino que Él ha amado de tal manera al mundo, que dio a su Hijo unigénito como un Redentor para que el mundo, por tal sacrificio, pueda ser consolado y no desespere por causa del pecado. Aún cuando Dios podría habernos ayudado en alguna otra forma, Él eligió redimirnos por Su único Hijo, quien tomó sobre si mismo nuestro pecado y pagó el precio correspondiente, para que no dudemos acerca de la suficiencia de su rescate. Porque es evidente, que Dios debe tener más complacencia en los sufrimientos y muerte de Su Hijo, que la indignación que puede tener en nosotros y nuestro pecado.

Además de estas razones, el Señor Jesús expresa en nuestra lección del Evangelio un pensamiento peculiar acerca de estos asuntos. Nos dice que no puede hacer otra cosa que estar con los pecadores, buscarles, y hacer lo necesario para su salvación, que así como es con Él es con nosotros los hombres. Cuando un hombre rico que tiene una gran cantidad de dinero pierde la décima parte, ya sea por un robo o de otra forma, siente que ha perdido todo. Aquella cantidad que le queda no le proporciona tanto consuelo o placer, como la porción que ha perdido le causa aflicción. Tal es nuestra condición, y ha de ser llamada inapropiada, en cuanto a las cosas temporales corresponde; porque hemos de notar que Dios nos ha dejado con más de lo que Él permite que el diablo nos quite. Por tanto, no deberíamos dejarnos atormentar tanto por la pérdida de las cosas temporales, sino consolarnos porque retenemos una porción aún más grande, y porque Dios puede proveer diariamente para nosotros e incrementar nuestras posesiones.

Yo mismo estoy así dispuesto, dice nuestro amado Señor. Los pecadores son mis bienes adquiridos y mi posesión; los he comprado mediante mis sufrimientos y mi muerte, y es imposible que no me apresure y haga todo por restaurarles, en caso de que se pierdan y me abandonen. He pagado un gran precio por ellos, y no puedo sino estar triste si terminan finalmente como presa del diablo. Por lo tanto, tan pronto como una oveja se extravía, no puedo evitar dar la impresión de que el resto no me importara; debo seguir la extraviada y buscarla, y así salvarla de ser atrapada por el lobo.

Así como una mujer que tiene muchos hijos ama a todos y no está dispuesta a perder ni uno de ellos. Si uno de ellos se enferma, esta enfermedad hará una diferencia entre este hijo y el resto de los hijos. El enfermo será el más querido por su madre, y ella le cuidará más que al resto. Si entonces juzgáramos el amor de la madre por sus cuidados, tendríamos que decir; esta madre ama solo a este niño enfermo, no aquellos que están sanos. De esta forma es conmigo, dice el Señor, en relación con los pecadores.

Aquí tenemos el corazón del Señor Jesús descrito in la forma más amigable y amorosa. Es imposible presentarle en una luz más amorosa y placentera, debido a el ansia, cuidado, apuro y labor con la cuál Él se entrega a la restauración de los pobres pecadores. Nos remite a nuestros propios corazones, para que podamos tomar conciencia de cómo nos sentimos cuando perdemos cualquier cosa que apreciamos. Esta, Él dice, es la condición de mi corazón; está agitado y sin descanso cuando veo al diablo dirigiendo a una pobre alma al pecado y la miseria.

También con este propósito el Salvador hace uso de la parábola sobre la oveja perdida y el buen pastor. No hay condición más miserable que la de una oveja que ha dejado los buenos pastos y se ha extraviado de su pastor. No puede ayudarse sola, y en todo momento se encuentra en peligro de ser atrapada y devorada por el lobo que la acecha. La oveja es la más indefensa entre todos los animales. Tal es también la impotente condición de un pecador a quien Satán ha seducido lejos de Dios y Su Palabra y la ha guiado al pecado.

Estando en esta condición no está a salvo por un momento, porque nuestro enemigo, el diablo, como dice San Pedro, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar. En tal peligro, nuestro único consuelo es tener un Pastor, el Señor Jesucristo, que se interesa por nuestro bien y nos busca, no con el propósito de alejarnos debido al pecado y condenarnos al infierno -no, esta es la meta y el propósito del diablo-, sino con el propósito de encontrarnos, tomarnos sobre sus hombros regocijándose, y llevarnos a casa, donde estaremos a salvo del lobo y disfrutaremos de lo mejor en cuidados y de pastos.

Y sobre cómo se lleva a cabo esa búsqueda del pecador ya lo sabemos; mediante su Palabra, que es proclamada y llevada por todos lados. De esto podemos aprender que miseria y carga es el pecado, que nos trae eterna condenación; pero nos enseña también que Dios verdaderamente, por amor paternal hacia nosotros, hijos desobedientes, fue movido a librarnos de tal miseria por Su Hijo Jesucristo, y que Él no requiere nada de nosotros, excepto el participar de tal liberación con corazones agradecidos, creyendo en el Señor Jesús, contemplando la Palabra de Dios, y ofreciendo como resultado gozosa obediencia.

Cuando esto es escuchado por la oveja perdida o los pobres pecadores, y estos comienzan a confiar en Dios por medio de tal predicación, hacen una pausa y se preguntan; ¿por qué fui tan tonto y miserable que, teniendo un Dios misericordioso, no me rendí a su voluntad, sino que me entregué al diablo y fui guiado por Él a desobediencia? ¿qué bien me haría todo el dinero que deseo tan vehementemente? ¿no sería mejor disfrutar una ganancia moderada, la cual es considerada razonable por todo mundo, y que puede ser disfrutada con honor y con la aprobación de Dios, que ser acusado de usura irracional y no disfrutar ni el éxito ni la felicidad? ¿qué bien puede comprar toda una vida de celibato o de promiscuidad? ¿no sería mejor estar casado y tener una buena conciencia que vivir una vida de soltero en pecado y desgracia, y estar en constante amenaza de los terribles juicios de Dios? ¿qué beneficio traerá una vida de contienda y de falta de moderación con la comida y la bebida a la hora de la enfermedad, la muerte repentina y la destrucción?Apresúrate a salir de tales hábitos pecaminosos, antes de que la ira de Dios te sobrevenga. Dios está dispuesto a mostrarte gracia, si tu estás dispuesto a aceptar su oferta, y no te hundes más profundamente en la ira debido a tales pecados realizados voluntariamente.

Quienes atienden tales advertencias y confían en Cristo, son encontrados, como la oveja perdida, por Jesús el Buen Pastor. Escucha su voz y se sujetan a Él con toda confianza; y Él les toma en sus brazos, perdonándoles todos sus pecados, y les provee todo refugio y defensa contra el lobo y otras bestias salvajes.

Aquí aprendemos la gran diferencia entre los pecadores. Son iguales en una cosa: sirven al diablo y son desobedientes a Dios. Pero son diferentes de otra manera: algunos, y la mayoría de ellos, permanecen en pecado, como es su naturaleza, y no cambian para nada, aunque se les predica y se les instruye abundantemente. Se conforman  dicen: No hay peligro, Dios es misericordioso y estará alegre de recibirme en el momento que a mi me parezca mejor venir a pedirle perdón; primero disfrutaré el mundo y después iré a la iglesia, escucharé la predicación de la Palabra de Dios y seré piadoso.

Ovejas como estas escuchan la voz del Pastor, pero no quieren ser encontradas. ¿Cuáles serán las consecuencias? Se alejan más y más cada día; se enredan más y más en las trampas del diablo, sin ser capaces en lo más mínimo de liberarse a sí mismas. Esto puede ser observado en el mundo siempre. Las personas son ahogadas en la avaricia, la permisividad, los saqueos y otros pecados; vivir en pecado se vuelve su segunda naturaleza, y creen que no pueden vivir de ninguna otra manera. Debemos permanecer alertas ante tal trayectoria, y más bien correr al buen Pastor tan pronto como escuchemos Su voz; esto es, arrepentirnos de nuestros pecados, no continuar en ellos, sino regresar y enmendar nuestros caminos, y confiar que nuestro Pastor, Jesucristo, no nos abandonará en el desierto, sino que nos aceptará y nos reconciliará con el Padre.

Arrepentirse, por otra parte, no quiere decir solamente enmendar nuestros caminos externamente y aparentar ser piadosos, sino también confiar en la gracia divina, por causa de Cristo, y creer en el perdón de pecado. Tales pecadores el Salvador acepta. Con gusto aceptara también a los otros, pero ellos no quieren su ayuda, por lo que Él ha de dejarlos ir. Ya que no quieren ser encontrados, podrían permanecer en su estado de extravío tanto como les placiese, y ver qué será de ellos.

Así pues nuestra lección del Evangelio le asegura al pecador no solo que su buen Pastor, Jesucristo, le buscará y aceptará como una oveja que se había extraviado; sino que además nos enseña nuestro deber hacia este Pastor, que debemos oír su voz y seguirle. Esto también es enseñado por la narrativa del Evangelio. Las personas habían sido publicanos y pecadores, pero se acercaron a Él para oírle. Y ¿qué es lo que el Salvador les dice? Nada más que Dios es misericordioso a los pobres pecadores en Cristo Jesús, y quiere salvarles. Todo lo que pide de ellos es que soporten ser tratados; que no se alejen más, sino que regresen cuando oyen la voz del Pastor, y no resistan al Señor Jesús cuando les ofrezca cargarlos de regreso al redil, porque Él ya ha pagado el precio y hecho satisfacción por los pecados, y los ha reconciliado con el Padre. Y dado que Dios ha hecho tanto por nosotros y a otorgado Su gracia abundantemente sobre nosotros, es apropiado que no despreciemos Sus mandamientos ni despreciemos su Palabra, sino que hagamos lo que es agradable a Él.

Por lo tanto, pongamos atención a estas enseñanzas, para que podamos estar preparados contra las tentaciones del diablo y de nuestro propio corazón, y superemos todo pensamiento que nos desanime como si Dios no tuviera paciencia con los miserables pecadores, sino que les condena. Porque tales pensamientos se encuentran en el corazón de cada persona. Contra ellos, debemos estar bien armados con la Palabra de Dios, y especialmente debemos tomar muy en serio la figura que el Señor mismo aquí utiliza, es decir, que Él es el Pastor, quien causa que su Palabra sea proclamada por todo el mundo, para que las ovejas perdidas puedan oírla y ser salvadas.

Así pues, si sabes que tú mismo eres una oveja perdida, que ha sido incitada y extraviada por el diablo lejos del camino, entonces toma en serio este sermón de Cristo. Por tu bien es que es predicado, par que te arrepientas, esto es, que puedas ser consolado por el Señor Jesús y Su gracia, y ser liberado de la trampa del diablo y volverte mejor. Así como temes al diablo, ten temor de descuidar la voz del Buen Pastor, y regresa de una vez y esfuérzate en seguirle; entonces estarás a salvo, y los ángeles en el cielo se regocijarán, y se deleitarán en estar contigo y, mediante su presencia y protección, defenderte contra todos los peligros del diablo; mientras que los pecadores impenitentes causan todo tipo de lamento, tristeza y dolor a los buenos ángeles, son privados de su protección, y se encuentran en constante peligro por todos lados de perderse eternamente.

El Señor, sin embargo, no termina Su enseñanza con la parábola del pastor y la oveja, sino que añade otra más acerca de una mujer que pierde una moneda de plata, para que otros puedan aprender a seguir Su ejemplo, y no rechazar al pobre pecador, sino buscarlo y llevarlo al arrepentimiento. La primer parábola hace referencia solo a nuestro Salvador Jesucristo; dado que solamente Él es el verdadero y buen Pastor quien no desprecia a la oveja, sino que da su vida por ellas, para que puedan ser defendidas y guardadas contra el diablo.

Por otra parte, la otra parábola acerca de la mujer, hace referencia a la iglesia cristiana, la cual tiene el oficio ministerial, para que los pobres pecadores puedan ser llevados al arrepentimiento y puedan ser librados de la muerte eterna y la condenación y ser salvos. Como el Pastor, la mujer se regocija cuando encuentra la moneda de plata. Enciende una lámpara, la Palabra de Dios, y barre la casa, esto es, enseña como hemos de ser piadosos y encontrar consuelo delante de Dios y Su juicio por la gracia de Dios en Jesucristo. Por este tipo de predicación, la iglesia encuentra la moneda perdida.

Así pues, la Palabra de Dios es honrada grandemente y alabada como el único tesoro que quita el pecado y toda la miseria causada por el pecado, como la muerte, la condenación y el infierno, para que podamos dejar de ser pecadores y enemigos de Dios, y ser un gozo en la presencia de los ángeles de Dios en el cielo y a los santos en la tierra.

Por ende, debemos estimar en gran manera la Palabra de Dios, alegremente oírla y atesorarla en nuestro corazón, y amar y estimar a aquellos que la predican, para que podamos disfrutar su bendito fruto, ser salvos de nuestra condición de extravío y miseria, y ser por siempre felices. Que esto sea concedido por el amado y fiel Pastor de nuestras almas, nuestro amado Señor Jesucristo, por el Espíritu Santo. Amén.

Pastor Bryan Wolfmueller
Bryan Wolfmueller, pastor of St Paul and Jesus Deaf Lutheran Churches in Austin, TX, author of "A Martyr's Faith for a Faithless World", "Has American Christianity Failed?", co-host of Table Talk Radio, teacher of Grappling with the Text, and theological adventure traveler.